Ir al contenido principal

Entradas

Pachanga de escritores: Las cartas del Boom

Las cartas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez revelan la construcción íntima de sus amistades, y son la punta de iceberg de lo que sucedía en una época en la que sus carreras como escritores no solo iban en ascenso meteórico, sino en la dirección de expandir la literatura latinoamericana hacia Europa y Estados Unidos.       La escritura de cartas —antaño tan indispensables en la vida cotidiana—, era una práctica que había de dominarse si uno quería causar la mejor impresión en su destinatario, y quizás único lector. La estructura, la extensión y el estilo revelaban el cuidado de su autor. Era todo un arte en sí. Y es por esto que cuando se publica un texto recopilatorio como  Las cartas del Boom  (2023), no nos queda más que celebrar.       La carta inaugural fue la que Carlos Fuentes le dirigió a Julio Cortázar, fechada el 16 de noviembre de 1955, escrita en México con destino París. Su emisor pide una colaboración al escritor argentino, qui
Entradas recientes

La desmesura creativa. La casa de Víctor Hugo

Las hipérboles totalizantes son necesarias al momento de hablar de su obra. El Gigante de las Letras, Víctor Hugo, vivió en un departamento de la Plaza de los Vosgos, antigua Plaza Real, desde 1832 hasta el momento de su exilio forzado, tras enfrentarse al tirano, Napoleón Tercero, en 1851, y tildarlo de "Pequeño". La casa del escritor es hoy un museo, con esa capa de nostalgia —tan parisina, tan lluviosa, tan liberal—, como albergue de los objetos que lo acompañaron durante su vida.               En 1901 Paul Meurice dijo al presidente del consejo municipal de París: “Inglaterra tiene la casa de Shakespeare; Alemania tiene la casa de Goethe, en Fráncfort. A nombre de los hijos de Víctor Hugo y del mío, vengo a ofrecer a París y darle a Francia la Casa de Víctor Hugo”. La casa se ha convertido, desde entonces, en paradero obligatorio para los seguidores y admiradores del escritor de Besanzón, al este del país.              Con esta motivación, me trepé a la línea de metro rum

La traición de Rita Hayworth: el viaje de la inconformidad literaria

Confiaba más en su instinto cinemero que en su formación literaria. Sus estantes contaban con más cintas de Betamax que libros. El argentino Manuel Puig hizo una operación dura en su literatura —con resultados llamativos y extraordinarios— al incorporar folletines, libretos de radionovelas o extensos diálogos con espíritu de guiones de cine, como  El beso de la mujer araña  o  La traición de Rita Hayworth .              Creo que las historias más arriesgadas y perdurables son, paradójicamente, las más incómodas de digerir, las que desafían el  status quo  de su época —y de las épocas venideras—. Con  La traición de Rita Hayworth  (1968) Manuel Puig comenzó una carrera literaria de carácter original, incómoda a los discursos de su tiempo y su lugar de origen, Argentina, con expansión a Hispanoamérica y Europa. En un país con una tradición literaria anclada en el gauchismo, los debates entre civilización y barbarie y los escritores circundantes a la revista  Sur , además de un contexto d

El sexo y los sentidos en la literatura

Se creía en la antigüedad que los olores y sabores eran fuentes irrefutables de conocimiento. Se solía decir, por ejemplo, que Sócrates era capaz de detectar el olor de un esclavo sin siquiera verlo, o que Galeno diagnosticaba la enfermedad de una persona al sentir sus humores. El tacto, por su parte, también cumplía una función de auxilio al tecnicismo médico. Una práctica milenaria de los chamanes andinos —aún ejercida en el Perú, Ecuador y Bolivia— basada en el roce de un “cuy negro” contra la superficie del cuerpo del enfermo, revelaba los males que aquejaban a este. Y no me sustraigo de haber experimentado esta sensación —piel con piel con el roedor—, alguna vez que me dijeron tener “mal de ojo” o una fiebre sin causa real alguna.                 Los sentidos revelaban todas esas prácticas utilitarias y aún más. Eran factores indirectos de segregación social. Se les asignaban de este modo ciertos aromas distintivos a hombres y mujeres. ¿Quién olía mejor? El lenguaje, en esta línea

El tránsito literario: escrituras de exilio

           La  polémica entre los escritores exiliados y los escritores lugareños es de nunca acabar. Se ha dado —y se da— en entornos temporales y territoriales tan disímiles. Conocidas son las posturas antagónicas al respecto entre José María Arguedas y Julio Cortázar, pocos meses antes del suicidio del peruano en 1969, y en las cuales se debatían, en el fondo, el rol y compromiso del escritor con su medio más inmediato, por no decir, el lugar de origen.                           Algo muy parecido sucedía entre Sherwood Anderson y Ernest Hemingway. El escritor de  Winesburg Ohio  nunca concretó una estadía más prolongada en París, a pesar de las reiteradas invitaciones de su amiga Gertrude Stein, mientras que el autor de  A farewell to the arms , apenas cumplió la mayoría de edad abandonó su natal Oak Park, un pequeño pueblo por entonces en las afueras de Chicago, y estuvo en el frente como enfermero en la Primera Guerra Mundial en Italia, presenció y escribió para el  Toronto Star 

Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas y el poder de la lengua

Mi experiencia como lector de literatura inglesa es previa a la castellana. La razón es sencilla: esta representaba la obligación de aprender en las aulas temas impuestos a la fuerza, por entonces, actividades soporíferas a tal punto de acabar con los hábitos de lectura de muchos. Los ingleses, en cambio, representaban la libertad de elección por simple afinidad, buen gusto y, sobre todo, porque describían un mundo ajeno a mi entorno más cercano. Joseph Conrad fue uno de estos. Se trata de uno de los más polémicos escritores de fines del siglo XIX, periodo de mayor auge del Imperio Británico, amado y odiado por numerosos lectores, divididos a menudo por las representaciones de personajes no europeos. Aunque algunos años hayan transcurrido de mi descubrimiento de los clásicos ingleses, no deja de sorprenderme la carga simbólica de la lengua —su mirada del mundo—, los viajes y el poder cultural de la literatura.     UN MARINERO EN EL CONGO BELGA        A pesar de la reprobación de las pe