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¿Pasatiempo de niñas? La casa de Jane Austen

J ane Austen tenía una lengua afiliada, burlona e hiriente. Nada raro en una sociedad con estrictas normas de comportamiento. Su visión, en cambio, era corta, lo que la obligaba a encorvarse al momento de escribir. Incluso así era una observadora única. Y la hipocresía, la falsedad, la adulación de su entorno son temas recurrentes en su literatura.      Mi itinerario era sencillo: esperar el tren en la estación de Waterloo, al sur de Londres, viajar durante hora y media hasta Alton, una pequeña villa cerca de Chawton, en Southampton, y visitar la casa en la cual Jane Austen vivió sus últimos ocho años de vida. Desde mi acercamiento a las novelas de Jane Austen en los cursos de literatura inglesa de la Universidad de Bonn, quedé encantado por la por la ironía y la elegancia con la que retrataba las relaciones personales, dejando de lado el prejuicio con el que, desde Latinoamérica, se la cataloga erradamente como “sentimental”, consecuentemente, destin...
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Resucitando a los muertos: los libros inconclusos de Jane Austen, Julio Ramón Ribeyro y García Márquez

En ocasiones resulta más interesante el contexto de la publicación de un libro que su contenido. Sucede esto con los libros póstumos. Los resultados, sin embargo, son generalmente pobres, y no cumplen con las expectativas formadas. Es cuando se leen comentarios y juicios absolutistas como “no está a la altura de su obra anterior” o “no es su mejor trabajo”. Es necesario prolongar la mirada y encontrar el encanto de estos libros, cuya perfección no se halla en sus páginas, a diferencia de las obras anteriores del mismo autor —a veces obras maestras—, sino, precisamente, en su contexto de creación y proceso de publicación.      Acabo de cerrar el libro de Sanditon, la novela que Jane Austen empezó a escribir en enero de 1817 y dejó inconclusa en marzo, cuando su enfermedad se agravó y quedó postrada hasta su muerte el 18 de julio del mismo año. En principio, asumiendo que nadie desea morirse, Jane Austen escribía con el objetivo de publicarlo cuando su estado de salud ...

El falso castillo de Drácula

La literatura, especialmente la narrativa, es capaz de persuadir a los lectores sobre la realidad de sus escenarios, en particular cuando estos se sitúan en lugares reales. La Cartagena de Indias del Amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, por ejemplo, o el París de  Los miserables de Victor Hugo condensan mayor interés que sus modelos de la realidad, cargados de miseria auténtica. En ambos casos, los escritores estuvieron íntimamente ligados a esos lugares. Mi visita al territorio de Transilvania me reveló que no siempre sucede lo mismo. El Castillo del famoso vampiro inmortalizado en la novela del irlandés Bram Stoker carece de existencia real y ni siquiera tuvo un modelo concreto.      El Castillo de Bran —Castillo de Drácula como suele figurar en las publicidades—, se encuentra en el corazón de Bra s ov, un pueblito ubicado a cuarenta y cinco minutos de viaje desde Bucarest, en Rumania. El entorno del castillo evoca una atmós...

Libros, librerías y libreros: Shakespeare and Company

Cada libro nos transporta al momento de su adopción. Con frecuencia, al pararme frente a los estantes de mi biblioteca, veo los diferentes títulos y me pongo a asociarlos con los lugares donde los adquirí. Pero también los vinculo con las personas que se me encontraban junto a mí en aquel instante. A veces esta conexión engloba un lugar específico o una ciudad. A veces son librerías, ferias de libros o puestos de segunda mano. Así como yo guardo estas memorias personales, muchos escritores encontraron en Shakespeare and Company un refugio literario y social. Esta mítica librería de París, que este 2024 cumple 105 años, se convirtió en el punto de encuentro de los escritores de la llamada Generación Perdida.      En una de sus interminables caminatas por las calles de París, un joven Ernest Hemingway conoció el 4 de enero de 1922 a la propietaria, Sylvia Beach, en su establecimiento ubicado en la Rue de L’Odéon 12. La conexión fue inmediata y duró toda la vida. En su libro...

Escarbando recuerdos: Correr el tupido velo de Pilar Donoso

La vida de un autor impacta directamente sobre su obra: las condiciones materiales, el contexto social o el tiempo  que le toca vivir no solo son elementos anecdóticos y de segundo orden. Los  diarios de escritores revelan cómo y en qué momento urdieron sus universos narrativos. No solo esto, en muchos casos, esa obra abierta se convierte en inspiración para otras formas expresivas que continúan ampliando la vida intelectual del escritor. Y este es el caso del chileno José Donoso y de sus setenta y siete cuadernos escritos a lo largo de cinco décadas, los que años después fueron el motivo de otro libro conmovedor, esta vez de su hija adoptiva: Pilar Donoso.                   A juicio de Julio Ramón Ribeyro, los diarios no forman parte de ese cuerpo literario de la tradición española ni hispana, a diferencia de la literatura inglesa con notables ejemplos como los de Michael ...

Pachanga de escritores: Las cartas del Boom

Las cartas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez revelan la construcción íntima de sus amistades, y son la punta de iceberg de lo que sucedía en una época en la que sus carreras como escritores no solo iban en ascenso meteórico, sino en la dirección de expandir la literatura latinoamericana hacia Europa y Estados Unidos.       El género epistolar —antaño tan indispensable en la vida cotidiana—, era una práctica que se debía de dominar si uno quería causar la mejor impresión en su destinatario, y quizás único lector. La estructura, la extensión y el estilo revelaban el cuidado de su autor. Era todo un arte en sí. Y es por esto que cuando se publica un texto recopilatorio como  Las cartas del Boom  (2023), solo queda celebrar.       La carta inaugural fue la que Carlos Fuentes le dirigió a Julio Cortázar, fechada el 16 de noviembre de 1955, escrita en México con destino París. Su emisor pide una col...

La desmesura creativa. La casa de Víctor Hugo

Las hipérboles son necesarias al momento de hablar de Víctor Hugo, el Gigante de las Letras Francesas. Su departamento ubicado en la Plaza de los Vosgos, antigua Plaza Real, desde 1832 hasta el momento de su exilio forzado, tras enfrentarse al tirano Napoleón Tercero,  tildándolo de "Pequeño" , en 1851, es hoy un museo, con esa capa de nostalgia —tan parisina, tan lluviosa, tan liberal—, y es el albergue de los objetos que lo acompañaron en vida.               En 1901 Paul Meurice dijo al presidente del consejo municipal de París: “Inglaterra tiene la casa de Shakespeare; Alemania tiene la casa de Goethe, en Fráncfort. A nombre de los hijos de Víctor Hugo y del mío, vengo a ofrecer a París y darle a Francia la Casa de Víctor Hugo”. La casa se ha convertido, desde entonces, en paradero obligado para los seguidores y admiradores del escritor nacido en Besanzón.          La estatua ecuestre ...