Es la primera vez que pongo un pie en África. Me encuentro en Nairobi, capital de Kenia, para asistir al encuentro anual de la Asociación de Literatura Africana, que este año honra al más importante escritor del país: Ngũgĩ wa Thiong’o, fallecido hace apenas un mes. En medio de ruidos y protestas contra el gobierno de William Ruto, con gases lacrimógenos que alcanzan los últimos pisos de los edificios y con una juventud inconforme de su entorno, ahora puedo decir que me encuentro en el país que desveló mis sueños de los últimos años. La literatura africana no tiene gran presencia en Latinoamérica, no por la falta de escritores de la talla de Chinua Achebe o el premio Nobel Wole Soyinka, entre otros grandes, sino porque la literatura que se exporta de estos países, generalmente, apunta al mercado europeo y americano, en habla inglesa y francesa. Quizás por este desinterés mutuo, y tal vez por la desconexión cultural entre países de ambos continentes, el tránsito...
En el verano de 2011 me encontraba entre los comentaristas de un ciclo de películas de Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd, tres directores del género slapstick; llamado así por sus extravagantes escenas de golpes y persecuciones, durante los años 20, quizás la década más creativa de Hollywood. Desde un principio me llamó la atención cómo el público conectaba con este género, como si su digestión no necesitara de grandes dosis de seriedad ni de reflexión. En efecto, la sala se llenaba y el Cineclub César Villanueva del Agostini, que por entonces administrábamos con Hébner Cuadros, colmaba su aforo durante las proyecciones. No sucedía lo mismo, en cambio, cuando los géneros cambiaban a los extensos melodramas de David Griffith o Franz Borzage. ¿Qué sucedía en esta transición entre un género y otro? No recuerdo bien si fue al finalizar la proyección de La quimera del oro o en otra ocasión, cuando un veterano de lengua viperina me lanzó una pregunta inesperada: ¿Se ha puesto a p...