Las cartas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez revelan la construcción íntima de sus amistades, y son la punta de iceberg de lo que sucedía en una época en la que sus carreras como escritores no solo iban en ascenso meteórico, sino en la dirección de expandir la literatura latinoamericana hacia Europa y Estados Unidos.
El género epistolar —antaño tan indispensable en la vida cotidiana—, era una práctica que se debía de dominar si uno quería causar la mejor impresión en su destinatario, y quizás único lector. La estructura, la extensión y el estilo revelaban el cuidado de su autor. Era todo un arte en sí. Y es por esto que cuando se publica un texto recopilatorio como Las cartas del Boom (2023), solo queda celebrar.
La carta inaugural fue la que Carlos Fuentes le dirigió a Julio Cortázar, fechada el 16 de noviembre de 1955, escrita en México con destino París. Su emisor pide una colaboración al escritor argentino, quien ya gozaba de cierto reconocimiento, para la Revista Mexicana de Literatura. Le informa, además, que Ramón Xirau desea entregarle su libro Tres poetas de la soledad (Villaurrutia, Gorostia, Paz), por no ser uno de tipo “tan endeble, tan chovinista”. Cosmopolitismo, ambición y calidad, es lo que exigía Fuentes. Escribir para el mundo y no solo para el país de uno. Esta idea es lo que, en cierta medida, dominó el terreno de producción narrativa de los escritores del Boom. Las preocupaciones de Carlos Fuentes serán similares a las de los jóvenes Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, sobre todo, con respecto a la novela.
Sus críticas apuntaban a la novela de la tierra o los indigenismos de las primeras décadas del siglo XX. Carlos Fuentes, por ejemplo, catalogaba la novela de fines del siglo XIX e inicios del XX como “testimonial”, y Vargas Llosa la tildaba de “primitiva”. Las visiones de ambos confluyen en considerar a esa novela anterior como instrumento de crítica social, al margen de la estética que debería ser su único principio y fin. Para los integrantes del Boom no había nacido la novela moderna en el continente, y sus antecesores, como dice Gabriel García Márquez en una carta dirigida a Carlos Fuentes en México el 21 de mayo de 1966, “no hicieron sino sembrarnos escollos en el camino”.
No deja de llamar la atención, por tanto, la ambición abarcadora de sus miembros y su sentido refundacional de la novela latinoamericana. El deseo de conformar un canon literario continental que, en la mirada de Carlos Fuentes, debía insertarse dentro de la tradición europea para modificarla, corregirla y mejorarla. Vargas Llosa, en tal sentido, en carta a Fuentes, escrita en París el 7 de abril de 1964, comenta a propósito de las afirmaciones de Robbe-Grillet sobre su “dominio exclusivo de crear nuevas formas”. Esta afirmación incomoda al peruano llevándolo a decir que los novelistas latinoamericanos son los llamados a salvar el género, pues considera a la narrativa europea contemporánea, principalmente la francesa, como frívolas, al extremo de ser insustanciales, por seguir un camino cercano al de la pintura de vanguardia.
De la misma manera, los comentarios celebratorios de Carlos Fuentes con respecto a Rayuela, la gran novela de Julio Cortázar, que la sitúan en la línea de Pantagruel y Ulises, o a La ciudad y los perros, representan no solo “una superación definitiva en América Latina, sino en el mundo”. De aquí se explica, además, el interés de los escritores por las traducciones al inglés, la conquista del mercado norteamericano, el francés, el italiano, y otras lenguas de Europa oriental, y ni qué decir de las adaptaciones cinematográficas de sus obras.
Estos escritores habían ya comenzado a formar su propio canon amical y literario. Sus sobrenombres son la mejor prueba: Águila Azteca (Carlos Fuentes), Gran Inca (Mario Vargas Llosa), Gran Cronopio (Julio Cortázar) o Máster (Gabriel García Márquez).
¿Y cuál era la idea de los miembros del Boom con respecto a otras literaturas? Además de Milán Kundera, que tuvo un asomo con estos escritores latinoamericanos, se revela una miopía cultural a contrasentido del cosmopolitismo que ellos mismos defendían. Me refiero a la literatura africana que ni por asomo mereció un comentario de ninguno de los escritores, y que por entonces surtía las librerías de Londres y París. Los nombres de China Achebe o Amos Tutuola no eran ya extraños. Y lo más cercano a la presencia de África sería una ironía de Julio Cortázar cuando se hospedó en el Hotel Astor House, un alojamiento precario de Londres, “pequeño, sucio, hórrido, con arañas, con tres senegaleses durmiendo en el suelo”.
Soy consciente del contexto de lo anterior, aunque no justifico por nada los prejuicios de la época, los cuales deben ser combatidos en cualquier época y lugar. Sin embargo, en la cuidada introducción de las Cartas del Boom a cargo de los editores Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos hay un segmento que parece sumarse a cierta ceguera y prejuicios de los sesenta, sin una perspectiva crítica necesaria: "la novela latinoamericana fue la única literatura del planeta que reaccionó de forma plena a la coyuntura compleja y extraordinariamente fértil de la década de 1960, la época más apasionante desde la de 1920 y, desde las perspectivas política y cultural, el último gran momento utópico de Occidente”. El afán de los editores de hablar de “única literatura del planeta” es un tanto desmedida, excluyente de prácticamente las literaturas de otros países, incluso europeos y africanos, cuya labor es notoriamente imprescindible para entender el proceso literario del siglo XX.
No por esto Las cartas del Boom resultan un documento imprescindible y apasionante de leer. Quizás sea uno de los documentos más importantes para entender mejor esta época junto a La historia personal del Boom (1970) de José Donoso, El Pez en el agua (1980) de Mario Vargas Llosa o Vivir para contarla (2022) de Gabriel García Márquez.
Con el tiempo las cartas de los miembros del Boom se hicieron cada vez menos frecuentes por muchas razones. Una de las más evidentes fueron los cambios ideológicos de sus miembros: el Caso Padilla y la Revolución Cubana resultaron determinantes, en este sentido, y, después, la Revolución Sandinista de Nicaragua. Pero la culpa la tuvo también algo más a contrapelo de la vida: el cambio tecnológico. El teléfono cambió muchas cosas, entre ellas alejó a la gente del hábito de escribir párrafos enteros para transmitir mensajes personales, desvaneciendo, por ende, toda posibilidad de conservarlos. En las páginas de Las cartas del Boom se percibe esta triste realidad.
Hoy los libros de los autores del Boom son clásicos innegables, tanto por su valor estético como por su objetivo libertador de la literatura latinoamericana (así catalogaba Fuentes a Rayuela) del predominio de sus pares europeos. Quizás el gran aporte haya sido —y sea aún—, la expansión y puesta en valor de las culturas de un continente amplio con una lengua común, un bagaje cultural extenso y un campo intelectual competitivo con autores que, inspirados en los cuatro escritores, siguen haciendo del continente un jardín de las delicias y, cómo no, a decir de García Márquez en carta dirigida a Julio Cortázar el 5 de julio de 1968: una pachanga de compadres.
Miami, agosto de 2024
Única foto en la que salen juntos los cuatro miembros del Boom. (Bonnieux, 15 de agosto de 1970)
Publicado parcialmente en mi columna El rastacuero literario de Bitácora, septiembre de 2024
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