El tango es expresión popular y música ligera, marca del porteñismo argentino, declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, aunque, como sucede en el Perú con el vals criollo, se esté viendo cada vez más relegado al gusto de pequeños sectores (entre cultores y admiradores especializados). Este género era el predilecto entre malevos y lunfardos de los arrabales bonaerenses. Música marginal por tantos años, generaba opiniones tan opuestas como las de Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. El primero defendía el estilo tradicional, sin voz y con melodías que evocaban un pasado que se iba esfumando, mientras que el segundo apuntaba que representaba la modernidad en aquella capital.
La imagen del más universal del tango, Carlos Gardel, era vista por decenas de personas en Huancayo, en la década de 1930. Se proyectaron, el año del estreno, cintas tan exitosas como El Tango en Broadway o Cuesta abajo. Pero fue El día que me quieras (filme que lleva el mismo nombre de la canción), con la actuación de una joven Rosita Moreno, estrenada, el 20 de diciembre 1935, en el Cinema Teatro, la que superó todas las expectativas de los aficionados al tango. Se cuenta que la gente pedía a gritos que el proyeccionista repitiera la famosa escena en la que la pareja Gardel-Moreno cantaba a capela el famoso estribillo El día que me quieras no habrá más que armonía, será clara la aurora y alegre el manantial.
Huancayo fue una ciudad de aire cosmopolita que se aficionó a este género musical sobre todo desde la segunda mitad del siglo pasado. Si bien igualmente gustaba del bolero, el vals y otros ritmos criollos, cultivó el tango de un modo muy emocional y especial y, por supuesto, hubo personas que, ante la galantería de Gardel, la impostación de Julio Sosa o la aterciopelada voz de Libertad Lamarque, sucumbieron a sus desenvueltos pasos y a su triste interpretación.
Cortesía de la familia Maraví
Cortesía de la familia Maraví
Amador Ospino, intérpretes de los Tangos de Ayer, fue un carismático cantante, conocido como El Chamaco, que remecía los salones entonando las canciones de Hugo del Carril o Santos Discépolo. Otro coetáneo suyo fue el señor Pedro Morales (padre), intérprete también de boleros y valses. Es necesario no olvidar a Alberto Flores, conocido como La Voz del Tango, ni al señor Pablo Arias, quienes evocaban con nostalgia los años 50 y 60, cuando los asistentes al Casino Internacional, el Casino de la PIP, el Hotel de Turistas o la Heladería Ospino, entre otros salones de bailes de la Incontrastable no dejaban de hacer sus porteñísimos pasos con firulete.
Pero entre todos ellos se recuerda con mayor emoción a Coco Maraví, el “Señor del Tango”, quien además compartió los escenarios con Lucho Mieses y el “Rey del Bandoneón”, Julio Genta: un enamorado más que también se unió a la historia del tango de la sierra central, tan lejos de su natal Buenos Aires.
Publicado en El Huacón, octubre de 2017