A pity beyond all telling
Is hid in the heart of love…
WILLIAM BUTLER YEATS, The pity of love
Escena uno: Abrir la página y recrearla como si se tratara de un guion cinematográfico: una película escrita también puede resultar interesante.
Escena dos: Thomas Hutter llegó al castillo gótico, incrustado en los lejanos montes Cárpatos, en Transilvania, del Conde Orlok, para firmar, en representación de la compañía inmobiliaria en la que trabajaba en Wisborg, un contrato en el que Orlok adquiría una lujosa casa en Wisborg. El joven Hutter tuvo una sensación extraña desde el primer momento en que pisó aquel recinto. Pesadillas y sudores que lo despertaban en pleno sueño: algo sucedía, y no era para menos. El conde nunca aparecía durante el día. Una nota reveladora que Hutter encontró en un cajón decía lo siguiente: “Nosferatu toma sangre joven, lo necesario como para prolongar su existencia”. El pobre hombre comenzaba a morir de miedo (quizás nunca terminaría). En aquel instante apareció ¡a mala hora! el vampiro en la habitación.
En realidad no era a él a quien quería. Su objetivo era la bella Ellen Hutter, quien entre sueños ya comenzaba a sentir una atracción poderosa e irresistible por el conde.
Escena tres: El rodaje de esta película empezó en 1921 y estuvo llena de curiosidades. Comenzando por los derechos de autor de la famosa novela Drácula (1897) que no fueron respetados. La viuda de Bram Stoker, Florence Balcombe, se enteró de esta adaptación parcial sin haber sido consultada inicialmente. El guionista Henrik Galeen cambió los nombres de los personajes y situó la acción no en la Inglaterra victoriana sino en la fría Bremen. El veredicto favoreció a Balcombe, y el juez ordenó destruir todas las copias. ¡Muy tarde! porque ya se había exhibido en varios países. El director alemán Friedrich Wilhelm Murnau ganó una reputación enorme con ella.
Escena cuatro: En la actualidad Nosferatu es una de las películas más importantes en la historia. Es un referente ineludible para cualquier amante del cine clásico. Esta cinta llegó a Huancayo en el año 2003, en una muestra que realizaba un exhibidor itinerante, que por entonces tomó en alquiler el local de la calle Arequipa del antiguo Instituto Nacional de Cultura (INC). Allí estuvo un joven cineasta, León Cáceres que, como muchos, se vio seducido por los claroscuros de los fotogramas y la presencia perturbadora de aquel muerto-en-vida.
Escena cinco: El cine de terror ha sido una fuente de inspiración para muchos realizadores en el Perú. Especialmente en las últimas décadas donde este género ha incorporado a sus recursos narrativos muchos de los mitos populares que son conocidos por todos. Cintas que reúnen a seres tan malhadados e indeseables, como aquel vampiro, Orlok o Drácula, y que por ser peruanos no dejan de inspirar el mismo terror y miedo, aunque, para otros, también provocan pena y compasión por sus tristes destinos. Basta ver a los pobres Jarjachas, personajes cogidos de la cultura popular andina que toman la forma de auquénidos y durante las noches atacan a sus víctimas, como una forma de expiar sus culpas, en respuesta a la imposibilidad de hacer público un putrefacto amor incestuoso. Las más notables y logradas versiones cinematográficas de este personaje son las que realizó Palito Ortega Matute en La maldición de los jarjachas 1 (2001), 2 (2003) y 3 (2012) y El demonio de los andes (2014). No menos malignos son los temibles pishtacos y los condenados. El primero apareció en la película Sangre y Tradición (2005), de Nilo Inga Huamán; el segundo fue protagonista de Supay, el hijo del condenado (2010) de Miler Eusebio. El Tunche (2007), también del mismo Inga, acude a la figura del monstruo que ataca a los que profanan la selva virgen. Sin embargo, es una pena que actualmente aquellos realizadores que llevaron muchas de estas historias a la pantalla grande hayan frenado su ritmo de producción.
Max Schreck interpretando a Nosferatu en la película de Frederick Wilhelm Murnau en 1922
Escena seis: León Cáceres es uno de los realizadores huancaínos más prolíficos en el género de terror. Su imaginario fílmico está compuesto por personajes terroríficos que muchas veces no son de este mundo, pero se sienten muy cómodos entre nosotros, más aquí que allá, haciendo sufrir a los demás. Aquella proyección de Nosferatu de F.W. Murnau lo inquietó tanto que se propuso dirigir, principalmente, películas de este género. Hasta el momento son nueve películas de largometraje y otro bloque numeroso de cortometrajes los que ha dirigido desde su productora Nemfius Films y, en otras ocasiones, sellando un pacto, con la productora Killa Inti de Nina Peñaloza. Cáceres también ha recurrido, al igual que sus congéneres, al mito de los condenados, esos espíritus que no son recibidos cariñosamente ni en el cielo ni en el infierno, en muchos de sus trabajos. De eso trata su primer largometraje de terror El Condenado (2005), una historia donde un hombre cargado de avaricia regresa a su pueblo para “desatar el infierno mismo”. En La Soga (2007), el juego con la vida y la muerte termina desencadenando una serie de hechos terroríficos y la muerte de algunos inocentes. Te juro amor eterno (2010) mezcla el romance con el horror mostrando a un zombi caníbal que se niega a perder a su amada. En 2010 también dirigió El Aposento, un lugar maldito que toma venganza quitando la vida de los que se acercan a él. Su influencia vampiresca, homenajeando a Murnau, salió con la película El Vampiro (2005). Uno de sus trabajos más ambiciosos, que recuerda a la ambiciosa Greed (1924) de Erich Von Stroheim, por su desmesurada duración, esEn las venas de Santana (2012), que recurre al tipo de terror donde un maniático ex soldado combatiente en la guerra del Cenepa, y que no calza con la sociedad, después de ser rechazado, toma venganza ¡durante cuatro horas! de aquellos que lo despreciaron. El 2015, Cáceres hizo una nueva versión de El Condenado, luego dirigió Encerrados (2016) y este año está en pleno rodaje de Los últimos días de Llamacuy, en coproducción con una casa productora ecuatoriana. Escena siete: El terror cinematográfico permite expresar aquellos deseos íntimos de sus creadores. No debe ser visto como una simple recreación de pasajes donde la muerte es la consecuencia de las malas actitudes y comportamientos de las personas. Es, por el contrario, la herramienta perfecta para usarla como metáfora de los males colectivos y la degeneración en la que ha caído la sociedad. ¡No son géneros menores ni poco serios! si es que son tratados con buen sentido y talento como ha demostrado León Cáceres.
Escena ocho: Cerrar este artículo con tinta roja. Desear que se produzcan más películas de este género. Ver Nosferatu una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… veces.
Tumbes, septiembre de 2018
Publicado de Gatonegro, septiembre de 2018
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