París ya no brilla tanto como antes. Quizás las luces de la Ville Lumière sean ahora solo un poco más tenues. Pero hubo un tiempo en que inspiraban a artistas e intelectuales del mundo entero. Dejando de lado a los consagrados peruanos Ventura García Calderón, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro o Alfredo Bryce Echenique, que tuvieron una estancia parisina medianamente decente, muchos no la pasaron tan bien, y forman parte de los motivos de un viejo bolero o el título de la novela corta de Sebastián Salazar Bondy: Pobre Gente de París.
Uno de estos fue César Vallejo, quien viajó a París en 1923 y desde el principio pasó penurias económicas. Su situación se volvió tan crítica, al punto de escribir cartas a varios de sus amigos peruanos pidiendo un apoyo monetario. A causa de su estado de salud, murió a los cuarenta y seis años de edad, en París.
Otro de estos escritores peruanos fue Antonio Nicanor Della Rocca de Vergalo (1848-1919). Dramaturgo y poeta, autor de Feuilles du coeur (1876), Le livre des Incas (1879), La Poétique nouvel (1880), y otros textos posteriores, todos publicados y difundidos en Francia, y poco conocido en la actualidad. Sin embargo, según Luis Felipe Paredes, ningún compatriota fue tan admirado en vida por la sociedad letrada de París que al verlo en una situación de existencia tan miserable decidió enviar un pedido al Congreso del Perú, solicitando “ayuda y protección para el pobre poeta que en París se moría de hambre”. Escritores franceses como Víctor Hugo, Alejandro Dumas (hijo), Stéphane Mallarmé, Leconte de Lisle expresaron “su más alto aprecio intelectual, por su carácter i por su talento”. Muy a pesar de las buenas voluntades, Della Rocca de Vergalo falleció hundido en la miseria.
Años más tarde, un gran hombre de letras nacido en Jauja, Víctor Ladera Prieto (1932), me contaría que pasó por una situación muy similar: conoció en sus viajes por el mundo a figuras como Pablo Picasso y el Che Guevara. Ladera fundó el Grupo Intelectual Primero de Mayo junto a Víctor Mazzi, Leoncio Bueno, José Guerra y Carlos Loayza. En 1958 viajó a Europa, movido por la misma ilusión que movía a los aspirantes a convertirse en escritores, y se quedó en París por más de diez años. No contaba con que el país también atravesaba por un periodo crítico y, sobre todo, para alguien que no hablaba francés.
Estas experiencias revelan que París es a veces ingrato con sus visitantes más ilustres, los artistas que, sin ella, no alimentarían su propia existencia.
“Pobre Gente de París no la pasa tan feliz
y aunque no se quiera creer debe ser verdad.
Porque hombres y mujeres solo piensan en amar
y muy poquito en trabajar pobre gente de París.”
Publicado en El Huacón, enero de 2018